El problema del dolor en el yoga

The Problem of Pain in Yoga | El problema del dolor en el yoga

publicación original: 9 de marzo de 2016
traducción del inglés: Atenea Acevedo
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La versión original en inglés de este ensayo fue inicialmente publicada por Yoga International. Muchas gracias a Kat Heagburg por su apoyo editorial.

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Seguramente has oído diversas traducciones del componente haṭha en el vocablo haṭhayoga.

Una de las más citadas es «vigoroso». Hay quienes prefieren una interpretación más esotérica y dicen que ha y ṭha se refieren «al sol y a la luna», o a «inhalar y exhalar». Proponen, pues, que la práctica busca integrar fuerzas opuestas.

Según el estudioso del yoga Jason Birch, la interpretación esotérica probablemente sea un agregado posterior a los textos más tempranos sobre el haṭhayoga, de manera que el significado más antiguo sería «vigoroso».

Ahora bien, ¿qué tipo de «vigor» describieron quienes dieron origen al haṭhayoga?

Birch apunta que Monier-Williams, sanscritista de enorme influencia que vivió en el siglo XIX, y otros europeos que se especializaron en la cultura india en aquellos tiempos, «confundieron el haṭhayoga con las prácticas de ascetismo extremo (tapas) que aparecen en los purāṇas» o literatura épica. Juntos, plantearon la noción de que haṭha implicaba el vigor del esfuerzo violento o la propia flagelación. Continue reading “El problema del dolor en el yoga”

autenticidad (el yoga te sucede)

publicación original: 15 de abril de 2011
traducción del inglés: Atenea Acevedo
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Alargas un músculo. Tu respiración se desliza hacia un lugar olvidado. Estiras un brazo, una pierna. Una red de contracturas invisibles se suelta. Tu carne y tu mente se suavizan hasta neutralizarse. Los pensamientos ponen su vertiginosidad en pausa. El guión de la identidad vuelve a la hoja en blanco. El dolor se evapora con una cálida descarga de circulación. La energía destinada a la inquietud por el futuro se desvanece para dar paso a la noción y el sentimiento del presente. Practicas yoga y el yoga te sucede.

Vivir obliga a la honestidad. Las respuestas son efímeras. Las respuestas que se pretendían eternas se revelan superficiales. Morirás. Esa es la única certeza. El mundo circundante es testigo impotente de tus divagaciones. Otras personas sufren de igual manera, no obstante, ese hecho parece profundizar el sentido de soledad. En algún punto, la presión de la desesperanza detona la acción: correr por el bosque, hacer el amor hasta perderte, romper un patrón con vehemencia. La realidad de tu situación trae consigo un crudo regalo que aceptas con repentinas descargas de ira y la gozosa sombra de esa ira: esta es la única vida que conoces y sientes que te rebasa. Vives tu vida y el yoga te sucede.

Te asumías en soledad. Te creías independiente. Estás en el mercado, una naranja descansa en tu mano, los niños abrazan tus piernas, se oye el ruido del tránsito, las conversaciones se entremezclan con la radio a un lado de la caja, calzas zapatos fabricados por alguien más y llevas ropas que no cosiste con tus propias manos, el sol se cuela por el toldo de metal, quedaste en verte con alguien y vas con retraso, casi siempre con demasiado retraso. Sabes que esta naranja te dará vida, pero tú no la cultivaste. Se convertirá en tu cuerpo: alguien más te la ha obsequiado. Su color se agrega profusamente a tu lenguaje y tus sueños, pero tú no lo concebiste. Las artríticas manos del tendero evidencian una vida dedicada a manipular cajas de naranjas para que tú te las comas. Alguien más te obsequia tu cuerpo. Una niña evoca tu risa interior. Un perro golpetea su gruesa cola contra tu pantorrilla. Todos y cada uno de los objetos que te dan vida están alrededor. Si la soledad fuera real, no existirías. El aire que respiras no es obra tuya. No eres capaz de afirmar dónde empieza el interior de tu cuerpo. Te rindes a este sentido relacional y el yoga sucede a tu alrededor, a través de ti.